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Miércoles, 16 de abril de 2025



FORO DE LECTORES


Provocatio – Cuando el agilismo complica más de lo que agiliza

Fernan Gallegos [email protected] | Jueves 10 abril, 2025


Fernan Gallegos


Imagine una reunión en una cabaña nevada en Utah: 17 desarrolladores de software, hartos de procesos rígidos, se reúnen para firmar lo que sería una declaración de independencia contra la burocracia en los proyectos. Esta escena de 2001 marcó el nacimiento oficial del Manifiesto Ágil, aunque sus raíces ya venían germinando desde principios de los años 90.

¿Qué motivó esta “revolución”? En aquella época, los proyectos de software solían naufragar en océanos de documentación, cronogramas inflexibles y entregas que, cuando finalmente llegaban, ya no respondían a las necesidades del cliente. El agilismo surgió como una brújula para navegar estas aguas turbulentas, proponiendo un enfoque donde la colaboración triunfara sobre los contratos rígidos y la adaptación al cambio sobre la adherencia ciega a los planes iniciales.

Metodologías como Scrum (formalizado en 1995) o Extreme Programming (creado a principios de los 90) ya experimentaban con estos conceptos, pero fue el Manifiesto Ágil el que cristalizó estos principios en un movimiento reconocible y estructurado.

En teoría, el planteamiento es impecable: dividir los proyectos en iteraciones más pequeñas y rápidas permite detectar errores tempranamente y realizar ajustes sobre la marcha, evitando así las costosas sorpresas de último minuto típicas de las metodologías tradicionales. Es como preferir varios pequeños exámenes durante el semestre en lugar de jugarse todo el curso en un único examen final.

Sin embargo, tras casi 25 años de implementación, el paisaje real del agilismo revela un terreno accidentado. Las organizaciones han tropezado repetidamente con obstáculos comunes:

1. Falta de compromiso organizacional: como quien compra un gimnasio completo, pero nunca entrena.

2. Implementación incompleta o mal entendida: aplicar solo las ceremonias sin comprender su propósito.

3. Cultura organizacional resistente: intentar plantar un cactus en terreno pantanoso.

4. Escasa formación: entregar herramientas sin manual de instrucciones.

5. Expectativas poco realistas: esperar resultados milagrosos inmediatos.

6. Ausencia de métricas adecuadas: navegar sin brújula.

7. Confundir agilidad con velocidad: como quien conduce rápido, pero en dirección equivocada.

8. Desalineamiento interdepartamental: una orquesta donde cada músico toca una partitura diferente.

En mi experiencia, los tres errores fundamentales en la aplicación del agilismo son:

Primero, la errónea creencia de que todo proyecto debe ser ágil. Es como insistir en usar tijeras para cortar metal: no todas las iniciativas requieren velocidad, algunas necesitan precisión y planificación detallada.

Segundo, pensar que un equipo certificado garantiza el éxito. Sin una cultura ágil genuina en toda la organización, estos profesionales son como semillas de calidad plantadas en tierra estéril; la frustración florece cuando otras áreas no responden con la misma mentalidad.

Tercero, subestimar la profundidad del cambio necesario. Muchas organizaciones abordan el agilismo como una aspirina para un dolor organizacional crónico, cuando en realidad requiere una transformación profunda del ADN empresarial.

Si realmente queremos cosechar los frutos del agilismo, debemos primero preparar el terreno, sembrar pacientemente la semilla de la agilidad y regar constantemente la cultura organizacional. Y paradójicamente, esta transformación fundamental rara vez puede lograrse mediante un enfoque ágil tradicional.







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