¡Fuera los latinos!
Arturo Jofré [email protected] | Viernes 27 junio, 2008
Arturo Jofré
Cuando estudiaba en Estados Unidos pude apreciar muy de cerca la llegada de grandes contingentes de latinoamericanos, huían de las guerras fratricidas, de las dictaduras, de la pobreza, de la falta de oportunidades de trabajo. Allí se topaban con rostros extraños de coreanos, vietnamitas, chinos, todos luchando por un espacio vital.
La vida en esas circunstancias es muy dura. Es dura físicamente y emocionalmente, porque además de soportar trabajos pesados, no dejan de extrañar a su familia, a sus amigos, al río y al cerro que los vio crecer. El tico en especial vive añorando regresar, no tiene una razón sino todas las razones.
La condición de ilegalidad hace blanco a los latinoamericanos de muchas injusticias y atropellos. Cuando los hijos crecen se ven impedidos de ingresar a la universidad por los altos costos y por no ser sujetos de beca, lo que crea un círculo vicioso difícil de romper. Pero logran algo importante: tienen trabajo y pueden sostener el hogar y enviar remesas a sus países.
Cuando escucho historias de injusticia, me viene a la memoria un hecho que ocurría en Europa hace casi mil años. Jóvenes extranjeros recorrían cientos de kilómetros para llegar a Bolonia y a otras universidades en búsqueda del conocimiento. Estaba naciendo la universidad en su concepto moderno. Los extranjeros carecían de derechos y cualquier ciudadano podía acusarlos de faltas o delitos y ese solo hecho los hacía culpables. Los jóvenes tuvieron que asociarse y crear la figura de la cessatio, es decir, cuando el abuso se extralimitaba emigraban a otra ciudad y la universidad se iba con ellos.
Por eso recibimos con estupor el acuerdo reciente de la Unión Europea con respecto a los inmigrantes, en que se piensa encarcelar hasta por año y medio a las personas que no tengan sus permisos al día, como antesala a la expulsión. Cada país tiene derecho a controlar el ingreso y la permanencia de personas, pero llegar al extremo de tratarlos como delincuentes, solo por el delito de querer trabajar honestamente, es inconcebible.
La verdad es que los latinos estamos solos. Una serie de hechos hicieron imaginarnos un mundo extraño, propio de la ingenuidad y de la simpleza de los pueblos pobres que solo pueden entregar aprecio. Tal vez en nuestras mentes brotaron esos principios que cambiaron al mundo: los ideales de la revolución que llevó a la creación de los Estados Unidos y poco después la fuerza arrolladora de las ideas de la Revolución Francesa. Esos hechos que rompieron con siglos de creencias y valores, trastocando todo el orden establecido, nos enseñaron que había derecho a luchar por un mundo mejor, donde las banderas de la igualdad y de la fraternidad serían los nuevos monarcas.
Cuando encarcelen y manden de regreso a cientos de miles, tal vez millones, de latinoamericanos a sus respectivos países, habrá dolor en toda América Latina, pero también habrá acabado un sueño que emergió en esas mismas tierras hace más de 200 años.
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