Política y corrupción
Arturo Jofré [email protected] | Viernes 19 junio, 2009


Política y corrupción

La corrupción es un cáncer social. Ninguna sociedad está exenta de este peligro. La nuestra tampoco. Hemos tenido en el pasado a personajes que fueron centro de grandes controversias. Minor Keith, promotor de la United Fruit y de la construcción del ferrocarril, fue fuente de graves acusaciones sobre sus negocios con el Estado. En realidad el blanco eran los ex presidentes de la República que estaban emparentados con él.
Hace casi un siglo apareció un oscuro personaje, sin ética ni calidad moral para comprar conciencias, Lincoln Valentine, quien era el representante de una compañía extranjera que logró aprobar un cuestionado contrato para la explotación petrolera. Valentine logró la opinión favorable de distinguidos ex presidentes de la República, “lo que pone en evidencia los importantes contactos que esta peligrosa figura había logrado en el país” (Aguilar Bulgarelli). Mucho después aparece Vesco. Reitero: un personaje que nos vuelve a la memoria un caso que a la mayoría nos produjo un profundo rechazo. Su presencia fue uno de los factores por los que la gente llevó a la Presidencia a don Rodrigo Carazo. Los casos suman y siguen.
Es inevitable que nuestro cuerpo social se enferme, lo importante es que la sociedad tenga la capacidad para actuar con firmeza para evitar que esos abusos se transformen en “usos sociales”, es decir, que se vean como prácticas normales. Si queremos atacar con éxito la corrupción debemos comprender que nuestro problema como sociedad no es histórico, es actual. Y hoy mucho más grave que en el pasado, porque ahora son mafias internacionales las que nos acorralan. El país no está preparado para enfrentar con éxito un problema de esta magnitud. Ese es el tema central. La historia nos ayuda a conocer nuestros aciertos y errores, pero no nos resolverá el problema.
Soy escéptico de quienes dicen que combatirán la corrupción y aceptan grandes sumas de dinero “no reembolsable” de unos pocos para sus campañas políticas. La factura terminamos pagándola todos y a un alto costo. Soy escéptico cuando veo partidos que parecen más agencias de empleo y de prebendas. Una posición pública debe ser una honra para cualquier ciudadano, una oportunidad de servir, no de servirse. Mario Sancho, ese gran cartaginés que dio ejemplos de sacrificio y probidad, cuando hacía sus memorias de la primera mitad del siglo pasado decía que lo que “llamamos política no es sino una ruin rebatiña de huesos”.
La esperanza nunca debe morir. Hay gente honesta y valiosa en la política y fuera de ella que alimenta esta esperanza. En esta campaña no solo hay que escuchar, sino reflexionar sobre lo que hacen o han hecho los postulantes, el comportamiento termina siempre siendo más confiable que el verbo.
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